La semana pasada mi compañero y amigo Rubén Montesinos me invitó a asistir a una jornada de gestión del talento que se celebrará en Mayo. Entre los ponentes de la misma se encuentra Mario Alonso Puig. Enseguida busqué referencias en la red acerca de esta persona para mí desconocida. Encontré su web y una serie de artículos publicados en distintos medios. Aprovechando que esta semana viajo a Mezzago (Italia) para trabajar en la filial con el equipo local, los imprimí para tener algo que leer en el avión durante el vuelo.
La mayoría de los artículos hablan de inteligencia emocional, de liderazgo, del impacto del estrés en las organizaciones y formas de abordarlo, del arte de reinventarse (no quiere decir convertirse en alguien distinto a quien se es, sino sacar a flote nuestro verdadero ser), etc. Pero entre ellos hay un texto, de esos que no te dejan impasible y que cuando lo lees, las palabras resuenan una y otra vez en tu interior. Decía el filósofo norteamericano Emerson que la mayor desgracia de una persona era no haber encontrado en toda su vida a nadie que le hubiera ayudado a alcanzar lo que realmente esa persona es capaz de lograr.
Hace más de un año que la palabra “coach” aparece continuamente en cualquier foro, artículo o conversación que mantengo relacionada con el liderazgo, el desarrollo directivo y el mentoring. Y aunque parece un término nuevo y contemporáneo, esta frase de Emerson del siglo XIX, describe la misión que debería tener un líder coach en el entorno empresarial/profesional actual. Mario describe que, hay al menos tres capas en nuestro ser. La más profunda corresponde a nuestra esencia, a aquello que en realidad somos. Por encima existe otra capa que hace referencia a aquellos que tenemos miedo de ser. Finalmente, está la capa que refleja aquello que pretendemos ser, a fin de ocultar lo que creemos que somos y poder así ser aceptados por los demás. Concluye que los líderes son los que nos ayudan a reconocer que para nosotros hay otra realidad posible cuando aquella en la que vivimos no nos da ni alegría, ni ilusión, ni confianza.